sábado, 21 de septiembre de 2013

EL INGENUO CATASTRÓFICO. Por Gustavo Álvarez Gardeazábal. Medellin , septiembre 21, 2013

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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VIENE DE: 

"La revolución radical en Antioquia 1880”. Jorge Isaacs.

http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_09_21_archive.html

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EL INGENUO CATASTRÓFICO 

Por Gustavo Álvarez Gardeazábal ( 1 )

Medellín , septiembre 21,   2013


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EL INGENUO CATASTRÓFICO

Por Gustavo Álvarez Gardeazábal


Palabras leídas debajo de un toldo en la Calle Carabobo. Medellin , septiembre 21,   2013, 4:30 PM 


Hace 118 años que murió Jorge Isaacs y no dejamos de descubrir el tamaño de la veta literaria que paradójicamente empequeñeció  el éxito eterno  de su única novela, la lloriquetas MARIA. Poeta, y de los buenos, pero bien olvidado. Panfletario agresivo pero demasiado contumaz. Periodista atrevido pero despistado. Conservador  para combatir a Mosquera. Liberal radical para enfrentar a Núñez. Descubridor del primer pozo de petróleo en las llanuras del Sinú  y de las increíbles minas de carbón del Cerrejón, jamás consiguió la redención económica  y si no es porque el narrador costumbrista antioqueño Emiro Kastos le cubre con  su generosidad , se habría muerto de hambre muchos años antes de aquel 17 de abril de 1895.

Feroz en sus odios, atacaba con saña a quienes después buscaría para que le dieran un nombramiento en  la burocracia estatal. Romático irredento, defendió sus concepciones con la pluma o con el fusil.

De ese mar de contradicciones, en las que se nutrió con más estulticia que brillantez, fue dejando empero una huella literaria de todos sus actos. Hay testimonios escritos donde   se le ve actuando como Secretario de Educación del estado soberano del Cauca, volviendo realidad lo que predicaba en sus notas periodísticas defendiendo la educación de indios y negros de su región. Hay una catedral de la antropología construida por él, renglón tras renglón, demostrando cuan observador y científico era  al escribir  la primera descripción detallada que se hizo de las gentes y tribus aledañas a la Sierra Nevada de Santa Marta. Hay otro  documento inverosímil, redactado con gracia y elegancia  contando  a la posteridad su quiebra en la hacienda de Guayabonegro que no pudo defender de la voracidad de los feudales señores vallecaucanos.
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Es una veta inagotable esculpiendo en el mármol de la literatura sus amores o sus odios, sus equivocaciones o los poquísimos aciertos  que su ingenuidad catastrófica le permitieron. De allí surge este libro sobre "La revolución radical de Antioquia en 1880". Lo escribió sin tomar distancia y desbocándose para poderlo editar solo unos pocos meses después de lo sucedido. Debió haber sido un irrefrenable. En una época en que no existían todavía las máquinas de escribir  llenó cuartillas y cuartillas con pluma y tinta trascribiendo sus discursos, los editoriales previos al momento que publicó en LA NUEVA ERA  y los documentos estrafalarios con los que cerró su breve pero inolvidable periplo como golpista y como dictador del estado soberano de Antioquia. Para la velocidad con que debió haberlo escrito, y la premura en editarlo, resulta siendo más sorprendente su calidad literaria y la exquisitez de su prosa.

Isaacs ya había sido  representante a la Cámara por los conservadores cuando se enfrentó al General Mosquera y redactaba con Sergio Arboleda en 1868 el semanario LA REPUBLICA. En una época en que cambiar de partido era más que un crimen y deshonraba a quien lo hiciera, estaba empuñando en 1876 el fusil de los liberales radicales para comandar el batallón Zapadores en la batalla de Los Chancos, la más sangrienta de  todas las batallas vividas dentro la innumerable lista de las estúpidas guerras en que los colombianos nos hemos metido desde antes que llegaran los españoles. Allí, en Los Chancos, enfrentaba a su antiguo compañero de andanzas conservadoras don Sergio Arboleda. En 1879 era acogido otra vez como congresista elegido representante por el estado soberano de Antioquia, donde había vuelto a  atracar su bamboleante buque al lado del General Rengifo quien sustituía temporalmente al general Julián Trujillo que ejercía la presidencia de la nación en aquellos miniperiodos de 2 años que había decretado la Constitución de Rionegro. Llega a Medellín para asumir la dirección de LA NUEVA ERA, el semanario de los liberales radicales antioqueños. Venía precedido de la fama de haber hecho temblar al Congreso  con sus peroratas contra la naciente regeneración que Núñez ya predicaba y el general Trujillo le ayudaba a construir. Había sido tan fiero en sus ataques y tan terco e insistente en golpear con la fuerza de su verbo al gobernante que el general presidente se vió obligado a clausurar el Congreso. No podía llegar entonces a un campo de paz en una Antioquia en donde el conservatismo había perdido en el campo de batalla el poder que por décadas había ejercido. Ni mucho menos que su presencia fuera a pasar inadvertida por los liberales antioqueños que ya estaban bastante agresivos con un presidente caucano. De nada le valía la aureola de haber sido el autor de MARÍA y la gloria viviente de la literatura nacional. Aquí en Medellin, como le pasaba a donde llegara en  su vida, encontró malquerientes sin haber desempacado las maletas en el semanario. Don Fidel Cano, quien años después fundaría El Espectador, fue el más agresivo de sus rivales. No compartía ni el estilo ni la vehemencia ni la concepción que Isaacs tenía del agonizante radicalismo. Mucho menos que iba a permitir la presencia de un foráneo, caucano y judío, dictándoles clases de política y periodismo en una tierra tan regionalista como la antioqueña. Y como además llegó por las elecciones indirectas que entonces regían a ejercer la diputación, en menos tiempo del que gastó escribiendo este libro donde explica toda esa historia, Isaacs se trenza en una pelea total con los liberales nuñistas  y exige el cumplimiento de las normas constitucionales  del estado federal que según él  estaban siendo violadas . El regreso del general Rengifo para su tierra natal y el nombramiento de Pedro Restrepo Uribe como sucesor temporal del también temporal Rengifo, enciende la mecha. Isaacs creía que el comerciante Restrepo Uribe no era de fiar y lo que buscaban eligiéndolo era sacar a los caucanos para debilitar más el radicalismo.

 El 28 de enero de 1880 da el golpe de estado. Derroca a Restrepo Uribe  y el primero de febrero se proclama presidente provisional del Estado de Antioquia.

Que el novelista  glorioso de 1868  llegara a esos extremos ni se ha entendido bien ni se ha estudiado debidamente. La edición de este libro por parte de la Universidad Autónoma Latinoamericana en ocasión de los 200 años de la independencia de Antioquia, permite que los nuevos historiadores se acerquen a un momento singular de la vida de la república. La presteza con que Isaacs consigue narrar todos los episodios macros y micros de su accionar como golpista da la oportunidad  para tener argumentos con que calificarlo como un ingenuo redomado que no solo usa la fuerza de la violencia para asumir el poder, sino que pacta la paz y se retira del poder ejecutivo dejándose engañar del mismo Restrepo Uribe que al volver al cargo presidencial de los antioqueños  no cumple  con lo pactado.

En mayo de ese año su fugaz accionar se finiquita cuando la Cámara de Representantes lo expulsa de su seno por haberse rebelado contra las instituciones. Perdido todo, igual a cuando se quedó si un palmo de tierra en sus fincas del Valle, se refugia en  la literatura y escribe este libro que hoy nos congrega bajo este toldo contestatario.

Su lectura hay que hacerla con entusiasmo y sin los prejuicios y los desconocimientos que adornaron la vida de Isaacs hasta hacer desaparecer su enjundioso trajinar por las páginas de la historia colombiana. El  extraordinario prólogo de Carlos Bueno se convierte en lectura indispensable   para quien llegue  a la narración de su golpe de estado  sin conocimiento sobre la borrascosa vida del poeta  . Pero dentro de ese marco se plantean los tres puntos fundamentales que incitan a su lectura:

Primero, cómo se puede describir un golpe de estado?

Segundo, cómo se puede narrar una equivocación política de tanta magnitud hasta lograr hacerla ver como un acto idealista y no como una violación de  las normas establecidas ?

Y tercero, como se puede esquivar a través de la literatura la evidente ingenuidad del acto principal para hacerlo aparecer como víctima de una traición ?

En esos tres puntos reside la fuerza de este libro. No existe otro en la literatura colombiana donde el autor de un golpe de estado se convierte en autor del texto que lo describe minuciosamente. Es de por si una novedad y una joya literaria sin igual que hace pensar que  Jorge Isaacs estaba absolutamente consciente de su papel en la historia y a falta de testigos imparciales o de periodistas que dijeran la verdad, quería dejar establecidos los parámetros que lo llevaron a convertirse en golpista y ejercer como presidente del Estado de  Antioquia. Contrario a lo que sucede por estos días, cuando si uno quiere que algún episodio histórico se olvide no es sino meterlo dentro de un libro, en 1880 editar un libro de esa magnitud era una afrenta al poder establecido.

 Fue el canto del cisne porque después de su publicación en la Imprenta de Gaitán, en octubre de 1880, el autor de MARÍA abandona para siempre las toldas políticas y vive los 15 años que le faltaban de vida alejado de las arenas en las cuales se llenó de tanta ilusión como la que siempre tuvo   de encontrar la veta minera que lo sacara de pobre y le diera una vejez digna.

De la lectura de este  libro, impecablemente editado, no se puede deducir que tan legítimo es dar un golpe de estado para satisfacer apetitos ideológicos. Pero si se detecta inmediatamente que es el santanderismo que  nos agobia a los colombianos, y en el cual se bañaba pendejamente Isaacs, uno de los factores que llevan al autor de MARIA a convertirse en golpista. Las leyes, los parágrafos y los incisos por encima de la realidad. El leguleyismo que Santander  sembró mayestáticamente en la vida política nacional se escapa de los renglones de este libro. Isaacs naufraga en él y parapeteado en la interpretación de la ley empuña el mazo para dar el golpe de estado.

Él quiere demostrarle al lector  la veracidad de su teoría de que al retirarse  el presidente encargado quien le suceda si no es del liberalismo radical no   está capacitado legalmente para ejercer. Se queda uno con la duda de si es la defensa de  la norma escrita lo que genera su actitud extrema o si es una interpretación acomodada de la ley la que le obliga al golpe. Si es lo primero, Isaac cae víctima del peso de la tradición leguleya colombiana, si es lo segundo cabe la hipótesis de que no existiendo otro liberal radical con las condiciones que él posee, son sus ambiciones personales o políticas de ejercer la presidencia lo que le precipitan en el espiral sin fondo de derrocar al señor Restrepo Uribe.

Un golpe de estado, en la Colombia de 1880 y en la de hoy  es una clara violación del orden establecido. Como  tal, no tendría justificación legal. Pero como la narración no termina allí, en ese primero de febrero cuando se autoproclama presidente provisional, sino que continúa mostrando las dificultades del ejercicio del poder, y trata de ocultar la pobreza y fragilidad de su ejército y concluye con la inclusión y análisis de todos los  documentos  hasta el día en que firma el pacto de paz y le devuelve el poder a Restrepo Uribe, el lector va entendiendo lentamente que la narración es la de una equivocación monumental en donde la única salida es la reversa. Pero describe con tanta enjundia cada uno de los detalles problemáticos del ejercicio como gobernante  que habilidosamente la evidente equivocación termina siendo un acto idealista y no fruto del error que indudablemente cometió. Allí prima el literato por encima del revisionista de su propio trascurrir. Tal vez quería ser objetivo pero como no alcanza a esconder en los alamares  literarios la incapacidad que tiene de aceptar la derrota, se aferra a demostrarnos que todo es consecuencia de su idealismo liberal radical y no de la falta de apreciación acertada de la realidad. Es una paradoja, el hijo del judío jugador que pierde su fortuna por arriesgarla en una mesa de juego se le olvidó la norma elemental que obliga a saber perder.

Pero es mayor el logro de este libro, escrito por un derrotado perenne,  cuando consigue que el lector acepte que Isaacs no es un ingenuo catastrófico sino la víctima de una traición. Con lentitud de poeta decimonónico. Con finura de maestro del lenguaje y con astucia de batallador permanente va armando el tinglado para mostrarnos que el pendejo no fue él sino que el traidor fue don Pedro Restrepo Uribe, el presidente que él derrocó.

En su momento Isaacs no debió haber conseguido que los liberales radicales  o los nuñistas leyeran el libro y entendieran las sinrazones de su explosión volcánica. Más bien le tuvieron conmiseración y como se pasó esperando siempre donde encontrar la veta minera que le cuadrara  su bolsillo o el puesto de embajador en la Argentina o de cónsul en Chile que lo convirtiera en burócrata, los colombianos resolvieron olvidar que Isaacs fue actor principal de un período de la historia tormentosa nacional, lo cubrieron con la gloria de María y dejaron de verlo como el descubridor del Cerrejón o como el antropólogo excepcional de los arhuacos y aún como el poeta de ritmo cadencioso. Menos que se acuerdan que tomó el fusil para disparar en más de una de las batallas de nuestras guerras civiles o que enarboló la pluma como si fuera la daga de sus antepasados judíos.

Hoy, gracias a Unaula, podemos recordar un episodio de los muchos que vivió Isaacs debajo de un toldo alquilado, al margen de la oficialidad de un certamen aprestigiado más por la bulla de haberme desinvitado que por el espíritu abierto que debió haber conservado como Fiesta del Libro. Se muy bien que la cultura de Medellín terminó en las manos de un solo titiritero que da vistos buenos o veta, que habla con los alcaldes y gobernadores y monta sus tinglados vanidosos, que ejerce de manejador de hilos para recomendar quien publica en las editoriales y quien no debe asomarse a los predios que él maneja. Reconozco su poder. Si no, miren donde estamos, al lado del Jardin Botánico y no dentro de él.

Pero eso no importa si después de lo que me han oído ustedes esta tarde se aventuran a leer lo que nos cuenta Isaacs de cómo no se debe dar un golpe de estado, de cómo no se debe ser tan ingenuo, de cómo no se debe ser tan catastrófico. Isaacs no tenía humor. En ningún renglón de MARÍA  se le ve una pizca de humor. 
Los retratos que tenemos de él con su mostacho prominente lo muestran huraño, cascarrabias y distante. No debió haber gozado dando el golpe de estado. No debió haber gozado escribiendo este libro. Lo uno o lo otro lo hizo por necesidad  y así no debe ser la vida. Se puede tener posiciones verticales. Se puede, se debe enfrentar a quienes se creen poseedores de la verdad y guían equivocadamente a la multitud como rebaños al despeñadero. Pero nunca lejos del gozo  en el ejercicio, convencidos de la bondad y la alegría de cada acto.

Para que no nos quedara duda de lo que pretendió publicando este libro. Para que 133 años después nosotros nos reunamos aquí a festejar la aparición de  una nueva edición, Isaacs  pidió que no lo fueran  a enterrar  en su Valle nativo, cerca de quienes le habían perseguido con saña, pidió que le enterraran aquí en Medellin, en donde dio el golpe de estado y en donde por encima de la pluma feroz de Fidel Cano y las picardías traicioneras de don Pedro Restrepo Uribe se sintió correspondido y valorado por las gentes antioqueñas. Allí está su tumba en el Cementerio de San Pedro para honra de la Antioquia libre. De esa Antioquia que permanece, respetuosa de las leyes pero  amparando el pensamiento  contrario, para que la democracia no sea un roca en el camino del progreso.

Probablemente porque soy tan vallecaucano como Isaacs. Quizás porque por mis venas corre orgullosamente la sangre antioqueña de las breñas de El Porce y mis raíces paternas se pierden en las montañas de Carolina y Guadalupe. O tal vez porque también me equivoqué en mi vida literaria como Isaacs creyendo que el poder de creación de los novelistas es igual al que ejercen con estupidez los políticos, había aceptado acudir a la Fiesta del Libro de allí al lado, a leer estas palabras que ustedes, pese a las circunstancias, han tenido la amabilidad de oírme. Estoy aquí, debajo de este toldo, porque la  presentación a la que me había comprometido pretendieron tirársela desinvitándome (como lo hacían en los costureros de Tomás Carrasquilla) por medio de la minimización de mi presencia. Obedecían muy seguramente las ordenes emanadas por  el gran titiritero de la cultura y el pensamiento antioqueño que me cobra, una vez más, las sospechas que lo atormentan en su desmemoria del olvido  de que yo pude haber hecho el amor con su padre y no con él. Pues, siguiendo lo de Isaacs, reconociéndole su absoluto poder y el derecho a alimentar esas sospechas sexuales que tanto le atormentan, no me dejé amilanar y sin perder la sonrisa, como trató de insinuarlo perversamente  el escritor Juan Diego Mejía, estoy aquí, en Medellín, en el FIESTO DEL LIBRO, gozándomela como nunca, mientras me quedo mirando desde este pedestal de la libertad lo que pasa allí al frente … allí en seguida,  con la misma alegría  que espero tener en mi rostro hasta el día que me lleven a enterrar en el cementerio libre de Circasia. 

Muchas gracias.

Gustavo Álvarez Gardeazábal ( 1 )
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1 ):  http://literaturaenelvalle.blogspot.com/2011_05_14_archive.html
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ENLACES: 
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Sábado, 21 de Septiembre de 2013 05:29 Julio Betancur

Agradecemos a Orllando Ramírez Casas ORCASAS  el envío de esta información: 

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DESARROLLOS DEL EVENTO (fotos y textos) : 
MATRIZ COLUMNA VIP de Julio Betancur  http://www.juliobetancur.com/
Domingo, 22 de Septiembre de 2013 04:02 AM


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Más información y enlaces:
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Es bueno y saludable para la historia oculta  de Colombia desempolvar la obra de Jorge Isaacs “La revolución radical en Antioquia 1.880” en el departamento donde se desarrollaron los  acontecimientos  históricos. 

Celebro que el escritor tulueño  Gustavo Álvarez Gardeazabal, autor de “Cóndores no se  entierran todos los días”, en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín (Sept. 21, 2013)  comente  y enaltezca   la percepción del trabajo enunciado. ( * http://ntc-documentos.blogspot.com/2013_09_21_archive.html ) ... "

"La revolución radical en Antioquia 1880”. Jorge Isaacs.

http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_09_21_archive.html

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