lunes, 16 de abril de 2012

DISCURSO PARA UN HONORIS CAUSA. Por Alfredo Vanín. Popayán, Enero 24, 2012.

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DISCURSO PARA UN HONORIS CAUSA
Por Alfredo Vanín


Popayán, enero 24 de 2012
Estimados asistentes:


Estoy con ustedes en este Paraninfo de la Universidad del Cauca, en virtud de  un reconocimiento que me entrega el Alma Mater y que es tan mío como de cada uno de los que decidieron acompañarme  en este día y a esta hora en la que la memoria se vuelve imprescindible. Porque un día de hace casi cuarenta años, cuando llegué a esta ciudad que me deslumbró por su tiempo congelado y por la osadía circular de sus investigadores, en la biblioteca de esta misma universidad me encontré con unos versos del peruano Javier Sologuren, que no he vuelto a leer y cito de memoria: Una idea, Dédalo / una idea / que iba a significar nuestro futuro.
Para entonces, andaba ya con la incierta idea de publicar mi primer álbum de poemas, de consolidar mi primer libro de cuentos  y de escribir mi primera novela, de manera decorosa. Pero esa idea chocaba una y otra vez con la posibilidad de permanecer sentado en las aulas de clase, como si existiera una ardua dicotomía, que no era más que el afán de romper fuentes en medio de lo atareado de una vida que se sabía comprometida con la poesía, y sabía de manera intuitiva, desde un día en una casa grande del río Saija, que había palabras que me gustaba juntar para saber cómo sonaban y, como lo confirmé en otra casa del río Guapi, que esas palabras me perseguirían, pero también que el mundo de la literatura era incierto y si era honrado y riguroso, se trataba de un viaje que no tenía marcha atrás,  que ya nada podía detenerlo. 
Ese viaje se había fortalecido con el premio de redacción en la escuela lejana, con otro premio en el bachillerato, con un profesor que me obligó a abandonar la timidez de los pseudónimos y finalmente con un espaldarazo que un maestro le da a alguien que empieza, con Helcías Martán publicando por primera vez mis poemas en su revista Esparavel y luego en Árbol de Fuego de Caracas. Así empezó todo.
Pero no era solo escribir poesía lo que me fatigaba, ni las sinuosas lecturas de los antiguos y modernos, ni las crónicas de un tiempo cambiante :  le empezaba a apostar  también a las poderosas palabras de los hombres y mujeres ribereños, con la explícita tarea de hacer visibles sus estéticas y ayudar a decodificar unas culturas que parecían perdidas en la vocación segregacionista y colonial de nuestros países afroindolatinoamericanos, como los llamaría Manuel Zapata Olivella, porque encontraba en esa manera de crear de manera individual y colectiva  tanto una respuesta al pasado como una apuesta hacia el futuro. Porque si algo define en últimas una cultura es lo que  come y lo que habla. La palabra florida, como la llamaban los aztecas, la palabra poderosa como la llaman los africanos, encarnó en estas tierras para entrelazarse con los vivos y los muertos, con los espíritus de las selvas y las aguas. Pero también para lanzar un mensaje de humanidad a los humanos, a los antiguos esclavistas o a los que siguen siendo solidarios, libertarios y revolucionarios  hasta el fin de los tiempos. La creación en la diáspora era también una manera de crear las metáforas del territorio y cantarlo en su más fina consonancia, en el mejor decir de las aguas fluyentes de la décima glosada y la copla, tomadas de la romancería española pero con ritmos y sabores nuevos.
Las dicotomías y conflictos marcaron la búsqueda, que iría a desembocar en párrafos de los que siempre me sentiré alerta y feliz, como cuando brotó ese texto llamado “Las culturas fluviales del encantamiento”,  o cuando ese poemario Cimarrón en la lluvia tomó forma y me mostró  por fin cuál era el tono de mi poesía, después de explorar varias maneras de aproximarme al verso en Alegando que vivo. Todo lo anterior quedó donde quedó, los primeros versos a la primera novia, las contradicciones existenciales todavía no depuradas, los vicios literarios heredados de una literatura a menudo más rimada que poética, salvo ocasiones en donde la rima sí corresponde a su objeto y cada palabra al fin fundamental de la poesía,  que es el de mostrarnos el mundo de una manera nueva para contradecirnos, para afirmarnos y últimas para humanizarnos.
Pero también era un desafío ser poeta en el departamento de los poetas Guillermo Valencia, Rafael Maya y Helcías Martán Góngora. Tres voces diferentes en un ámbito cerrado como lo son nuestras regiones, tan tradicionalistas, pero a la vez capaces de asombrosas renovaciones, de pasar de las finas tertulias parnasianas a las tertulias desbocadas de La Rueda, ese corto experimento literario que dejó tantos poemas como noches etílicas, y por el que pasé agradecido de su irreverencia. También era un desafío cantar desde la periferia, pero con los ojos puestos en el planeta y sus modernidades.
Confrontar y confrontarse, he allí la necesidad primordial de cualquier arte. Búsqueda permanente que me llevó a leer con asiduidad todo lo antiguo que encontré en un pueblo donde los magazines dominicales eran el único contacto con el mundo letrado de afuera, y a tratar de leer todo cuanto encontré cuando salí de las orillas donde había leído a Vallejo y a Neruda, y pisé las rutas de cemento donde encontré a Sedar Senghor, a Aimé Cesaire, a Borges, a  Nicanor Parra, a toda la caterva de poetas surrealistas,  a los futuristas italianos, y a otros sin escuela ni origen cierto que me marcaron para siempre, desde los rusos hasta los griegos modernos, desde los escandinavos hasta los cronistas gringos.
Entre tanto, la necesidad de volver a escuchar los relatos orales se hacía imprescindible, porque por algo los griegos habían empezado su mundo poético posterior a la tragedia con sus cantos de guerra de bardos errantes recogidos e hilvanados por un poeta ciego, y los españoles mantenían la tradición de sus relatos en las elaboradas literaturas de un Quevedo y un Cervantes.  La palabra oral y la palabra escrita en tablillas  o en imprentas, en constante interacción desde los mitos fundacionales de los pueblos y las más encumbradas literaturas  actuales, no han dejado de hermanarse y contradecirse,  de complementarse.
Cientos de viajes, por el Pacífico y Colombia, por otros lugares de América, me convencieron de la necesidad de renovarse a partir de la memoria más antigua, pero siendo modernos a toda costa, como vaso comunicante con todas las lenguas y culturas, de donde nos hemos formado y a las que también hemos influido. Un atardecer en Bahía de Solano, en El Charco o en el Noanamito, escuchando relatos de pescadores, de recolectoras de moluscos o músicas bravas de marimba, han sido siempre para mí una cátedra abierta de sabiduría, en los que se juntaron los relatos de animales de África, de la picaresca española, de la caballería europea y africana y los cuentos de animales, tan caros a bantúes.
Desde el Pacífico empecé a entender el Caribe, a entender que nos unen más cosas de las que nos diferencian, luego de desenmarañar ese prejuicio de las pseudoaristocracias, en donde lo negro era omitido como una herencia indigna.  Error histórico que ha marcado con traumas el camino de nuestras sociedades, incapaces de librarse por vía de su evolución de un lastre que se conserva como prueba de que alguna vez fuimos colonizados por los buscadores de la llamada “limpieza de sangre y de origen”, para designar a lo que supuestamente no tenía nada que ver en su origen con judíos, gitanos, moros y subsaharianos, en tierras de estos últimos, por pura ironía, de donde surgió la humanidad. Y  en tierras americanas estábamos hablando de hombres y mujeres que construyeron este mundo en medio de la abominación y la explotación sin límites, y le dieron a América una lección de libertad para las independencias. Y sin embargo, sus descendientes, también estigmatizados, pero con la fortaleza que hizo sobrevivir a sus antepasados, crearon la dulzura de la música, la fascinación de sus relatos con préstamos a sus orígenes y a sus invasores, crearon la manera de asimilar y transformar las injurias y en unión con los indígenas establecieron una manera de producir sin herir de muerte al medio ambiente, crearon una poiesis que todavía me encandila y que recibí en la niñez asombrada desde esas primeras historias de mi madre y los mayores y luego de la búsqueda consciente que me llevó por los senderos sin retorno hasta los momentos actuales en que nuestros pueblos padecen las masacres y los exilios que desarticulan sus vidas, sus familias y la gobernanza de sus territorios, donde no por casualidad se asienta la riqueza biogenética y la abundancia hídrica y, por qué no decirlo, el conocimiento de las relaciones que podrían llevar a gobernar el mundo de mejor manera, en la memoria de sus indígenas y sus afros, de sus mestizos, de sus ancianos y ancianas que aunque saben que sus tatarabuelos fueron arrancados del África o colonizados en estas tierras bravas, le cantan a los santos como si fueran los que dejaron atrás, bendicen sus días por haberles permitido conocer otro mundo, y elaboraron con sus manos los ritmos del río y de la lluvia, de la marimba, de los tambores, de la vida y la muerte de una manera nueva.
Sé, entonces, que éste es tanto un reconocimiento a mi labor literaria y de buscador de los senderos de la cultura oral y de la afirmación de nuestras culturas afroamericanas en su diáspora y en su transculturación y creación de nuevos elementos en América, y es también un reconocimiento a una región y a sus pueblos, a un departamento y aun país necesitado de voces que lo nombren, lo discutan y lo afirmen. Es una voz de aliento a las nuevas generaciones de poetas.
Sé que mis padres –María y Teodoro- si vivieran se habrían sentido orgullosos, como se sintieron una vez temerosos de que la literatura no me permitiera ganarme la vida, cosa que es cierta, porque la  poesía no es para  ganarse la vida sino para que la vida se lo  gane a uno. Los verdaderos poetas podrán no usar ahora barbas y cabelleras luengas, podrán no ser trotamundos sin pasaje, pero el conflicto no podrá salir de sus vidas, la tensión de vivir, la desorientación pero a la vez la terrible fe en que detrás de las apariencias se esconde lo legítimo, que la vida como la poesía es un salto al vacío, donde sabes cómo podrías empezar pero no adónde llegarás en medio de esas pugnas con la realidad que impone la creación artística.  Claro está que no todo es batallar: hay satisfacciones indescriptibles luego de lograr el tono acertado de un cuento o un poema, el feliz hallazgo de una historia o de un personaje. Pero sólo en la contradicción surge lo mejor de cada autor, de cada literatura, que sigue siendo múltiple y una.
Termino con mi agradecimiento al rector Danilo Reinaldo Vivas Ramos y al Consejo Superior de la Universidad del Cauca, a los artífices de este reconocimiento, especialmente a los profesores Elizabeth Castillo y Jhon Arboleda, que pusieron todo su empeño y coordinaron con la Universidad  el devenir de este reconocimiento. Va mi saludo desde esta tribuna a mis primeros profesores y profesoras del Colegio San José de Guapi, a mi  compañera Vilma, a mis hijos, a mis hermanos, familiares, amigos y paisanos, a los académicos, líderes comunitarios, poetas y escritores que siguen como aliados, a todos los que me brindaron su afecto y sus críticas, y en fin a  todos los que creyeron en cualquier lugar de la Tierra que la poesía es una manera de entender la vida, y que el compromiso con nuestros pueblos es una tarea impostergable, aun en medio del caos, porque las luces para navegar deben seguir mostrando el camino, y porque la lucha por  ser parte íntegra de un país, con todas sus diferencias y diversidades, es un derecho irrenunciable.
Termino por reconocer que si no hubiera nacido donde nací, otra hubiera sido mi poesía, pero me habría privado posiblemente de sus mareas cambiantes, de sus árboles ariscos, de sus moluscos navegantes y sus marimbas cósmicas, y del sonido del mar y de la selva que extravió la paciencia de balboa y enloqueció a los primeros conquistadores, pero a nuestros abuelos les ayudó a entender que la vida seguía y a sus descendientes las grandes metáforas del universo y de la vida
Termino por recordar una frase que aparece en mi primera novela, otro naufragio para Julio: “Del Pacífico nadie sale impune”.
Termino  con el breve poema que me hizo entender mi vocación definitiva, y aparece en mi primer folleto de poesía: ¿Qué decir de este día cuyo sol es sangriento? / ¿Qué escribiré en el libro de mis anónimas querellas?/Palabra: rescátame. / Poesía: averíguame.
Muchas gracias.
Alfredo Vanín
Popayán, enero 24 de 2012
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 NTC … agradece al Poeta Vanín por proporcionarnos el texto y por la autorización para publicarlo. 
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El poeta Alfredo Vanín  (Feb. 4, 2010). 
Fuente: http://ntc-documentos.blogspot.com/2009_12_01_archive.html
Muy honrada está la fotógrafa por la publicación de esta fotografía en la página 289 del libro "Palabra Afroamericana", Ensayo, de Medardo Arías Satizábal, el cual fue lanzado en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero, en Cali,  el 13 de Abril de 2012. En este libro se publica un extenso ensayo (p. 289 a 314) titulado ""Alfredo Vanín, análisis de su obra desde "Alegando que vivo"". El poeta Vanín estuvo presente e intervino en el lanzamiento del libro. Detalles de este evento, ver & navegar: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_04_14_archive.html . Allí enlace, entre otros, al video con la intervención completa del Poeta Vanín.   
   
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ENLACES 
REGISTROS anteriores EN LA WEB DE LA U. del Cauca
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Enero 16, 2012
Unicauca entregará título de Doctor Honoris Causa al poeta Alfredo Vanin
El acto se cumplirá en el Paraninfo Francisco José de Caldas el martes 24 de enero de 2012. 
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Enero 25, 2012
Unicauca entregó título de Doctor Honoris Causa a al poeta caucano Alfredo Vanín
La institución reconoce así el aporte literario y cultural del escritor, quien a través de su poesía ha contribuido al conocimiento del pacífico caucano.
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Publica y difunde: NTC …Nos Topamos Con 
* Se actualiza periódicamente. Abril 16, 2012
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